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HISTORIAS DE NIWA

Historias de Niwa es un proyecto de escultura en arcilla, posteriormente patinada, acompañada de relatos de ciencia ficción. Niwa es un mundo de múltiples culturas, razas y mitologías, todas ellas inspiradas en el mundo real, pero entrelazadas de las formas más inesperadas, pues todas ellas descienden de alguna manera de la misteriosa isla del mismo nombre. El concepto detrás del proyecto escultórico Historias de Niwa es el de adentrarnos, a través de la escultura acompañada de relatos, en este mundo ficticio, donde las figuras de rey, héroe, dios y demonio se confunden. Por ello, en Niwa se dice que puedes conocer perfectamente a una persona en función de a quién venera, admira o rinde culto.

Capítulo I: Nylheim

Historias de Niwa comienza con el Capítulo I: Nylheim. Esta primera serie nos introduce al universo de Niwa, que iremos descubriendo en este y los siguientes capítulos mediante la combinación de esculturas y relatos. En este primer capítulo descubriremos Nylheim, el primer bastión de Otromundo, a través de tres bustos (en orden de producción: Wotan, el sabio, Donnar, el luchador, y Lah'ki, el profeta) y de un relato que mezcla el arte con otras capacidades más aterradoras del ser humano, como la colonización, la brutalidad y el conflicto. Los tres bustos serán modelados en barro blanco, posteriormente cocido en horno y pintados con pátina acrílica y pigmentos, pudiendo incorporar, según necesidades, ensamblaje de objetos tras el cocido. El objetivo de las piezas, sobre todo de sus pátinas, es el de conseguir un color y textura que evoquen técnicas y materiales ancestrales, en concordancia con la historia del relato adjunto.

La punta más al oeste de Otromundo, bañada en sus costas occidentales por el impredecible Mar de Tormentas y protegida en su lado más oriental por las depresiones del Gran Cañón, es conocida por sus dioses colonos como Nylheim. Revelada al sabio Wotan, el Padre de Todos, por el profeta Lah'ki como la tierra prometida al otro lado del mar, Nylheim se convirtió en una segunda oportunidad para los æsir tras la devastación de su tierra natal durante el Ragnarok.
La familia de los æsir desembarcó en el Cabo de los Descubrimientos, punto más oriental de Nylheim, hace más de seis siglos tras un largo y agitado viaje por el Gran Azul en sus resistentes drakkars. Los nativos de la tierra prometida recibieron a los dioses colonos con los brazos abiertos, y los trataron como reyes desde su llegada. Durante días los æsir y el curioso Lah'ki aprendieron de sus costumbres y gozaron de su hospitalidad, pero la tranquilidad y el sosiego duraron poco tiempo. El espíritu guerrero de los æsir no soportó por mucho tiempo aquella vida de comodidades y comunión con la naturaleza que los nativos les ofrecían, y pronto empezaron a surgir las hostilidades. Donnar, conocido entre su gente como el Luchador, y primogénito de el Padre de Todos, fue el primero en detonar el conflicto; tras dar caza a una pareja de bisontes, animales sagrados para los nativos, estos quisieron apresarle, pero tuvieron que dejarle ir después de golpear hasta la muerte a cuatro de sus guerreros más fuertes. Lah'ki consiguió mediar con el jefe de la aldea, y convenció a los æsir de asentarse a unas millas de la aldea, cerca de los Grandes Lagos Azules.
Pensando que la distancia aplacaría la sed de conflicto de los æsir, Lah'ki se entregó a la vida contemplativa. Aplicando las técnicas que había aprendido de los nativos en sus días en la aldea practicó en las artes del modelado del barro. Los ríos que nacían en las grandes montañas rocosas del norte y que discurrían por los imponentes cañones hasta los grandes lagos cargaban ricos minerales, idóneos para crear todo tipo de pigmentos que diesen color a las obras que, con paciencia, iba terminando. Mientras Lah'ki inmortalizaba en arcilla a la familia de los æsir, estos tenían otros planes muy lejos del arte y de la tranquila vida en aquellas verdes praderas.
Wotan organizó una cena para celebrar el primer solsticio de verano en las nuevas tierras y honrar a su hijo Balder, caído durante el Ragnarok. Alrededor de la hoguera todos los æsir compartieron jarras de hidromiel, receta que habían perfeccionado desde su llegada al nuevo mundo. Después de varias horas de celebración, aquella bebida hizo mella en el siempre vivaz Lah'ki, que se quedó dormido mientras escuchaba, como campanas cada vez más lejanas, las carcajadas del fornido Donnar. Despertó bien entrada la mañana con un dolor de cabeza considerable, y aunque le costó ponerse en pie, el silencio en el campamento le hizo desperezarse rápido. Allí no había nadie, ni un alma, lo que le alertó y desperezó por completo. Tras revisar los modestos salones del padre de los æsir, y descubrirlos vacíos, corrió a los establos, para descubrir una hilera de huellas de cascos que se dirigían hacia el norte. Corrió hasta que le faltó el aliento, y descubrió las extensas praderas vacías, algo totalmente inusual, pues desde el inicio de primavera las poblaban varias manadas de bisontes. Las huellas de las bestias y de los caballos delataban su paradero, el Gran Cañón, a unas cuantas millas.
En el camino encontró a su yegua Mai, aún asustada, con las riendas rotas. Claramente no querían que les siguiese. Cuando Lah'ki y su montura alcanzaron lo alto de la garganta excavada por el río Rojo, sus ojos no dieron crédito a la imagen que veían. Miles de bisontes muertos, despeñados, plagaban la hilera inferior del Gran Cañón. A lo lejos, los æsir cabalgaban en sus monturas, dejando atrás varios cadáveres de nativos y sus caballos. Lah’ki espoleó a su querida yegua por los caminos que conducían a las llanuras del Gran Cañón. La visión de la planicie con los bisontes muertos, comenzando a ser devorados por los buitres y las moscas, quedó opacada por la de un hombre que conocía muy bien, abierto en canal por la columna vertebral con una mano atada a una especie de improvisada y tosca cruz de madera, y un brazo cortado colgando de su cuello. Era Tyr, uno de los hijos de Wotan, hermano menor de Donnar, y el más razonable de los æsir. Sus costillas estaban abiertas, de forma que parecían alas manchadas de sangre, y los pulmones reposaban de forma macabra sobre sus hombros. Sus últimas palabras marcaron a Lah’ki para siempre: “Aléjate, no tienen salvación”. En ese momento, tras varios meses de dudas, Lah’ki se dio cuenta de que aquella gente, que tan ingenuamente había salvado de su final, el Ragnarok, en su tierra natal, llevaba la guerra en sus venas. Montó de nuevo en su yegua Mai y se dirigió hacia el este, siguiendo las huellas de los æsir, ahora con las ideas mucho más claras.


De Lah’ki poco más se conoce a día de hoy. En el museo de la isla de Niwa se conservan los bustos que, se cuenta, Lah’ki esculpió siglos atrás en las grandes llanuras al otro lado del Mar de Tormentas. Muchos eruditos lo visitan anualmente para venerarlo, y solo unos pocos susurran que los hijos de Lah’ki aún se encuentran viviendo entre nosotros. Pero esa es otra historia, para otro momento.

Relato reconstruido, adaptado y traducido del manuscrito original por Z'in Toraisei

Isla de Niwa, Museo Nacional de la isla de Niwa (MNIN), Archivo NY. 213-7

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