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WORK 'N THE STREETS

Desde hace aproximadamente un año fotografío por las calles de varias ciudades de España y Portugal a personas trabajando, solo para intentar dar respuesta a una pregunta que ronda mi mente: ¿trabajamos para vivir o vivimos para trabajar?

Me gustaría tener una respuesta, pero debo reconocer que aún no doy con ella. Seguiré fotografiando.....

COLORES DE CALLE

Mucho antes de que Pink Floyd descompusiera la luz en la portada de su psicodélico y a la vez magistral álbum The Dark Side of the Moon de 1973, la luz ya llevaba fragmentada en colores desde el siglo XVIII.

Desde finales de la década de 1660, Isaac Newton ya experimentaba con la luz y los colores. Muchos de sus colegas y eruditos contemporáneos creían que el color era una mezcla de luz y oscuridad y que la luz, visiblemente blanca, se teñía bajo la acción de prismas u objetos que alteraban su naturaleza pura. Sin embargo, Newton, un rebelde, estaba convencido de que la luz blanca no era la entidad pura y simple que Aristóteles había predicho mucho tiempo atrás, sino una mezcla de diferentes rayos, cada uno correspondiente a un color diferente. Incluso el indiscutible gran físico inglés Robert Hooke criticó los trabajos de Newton sobre la naturaleza de la luz, lo que les llevó a una silenciosa pero evidente enemistad. En consecuencia, y nunca sabremos si también como pequeña venganza, Newton demoró la publicación de su genial libro Óptica hasta después de la muerte de Hooke. En 1704, Newton publicó finalmente dicho libro, un tratado profundo y riguroso que recoge sus investigaciones sobre los colores y la difracción de la luz.

En sus experimentos, Newton usó prismas triangulares de cristal por los que hacía penetrar luz por una de sus caras, para refractarse en su interior, descomponiéndose en diferentes colores. Los prismas actúan de este modo gracias a que la luz cambia de velocidad cuando pasa del aire al cristal del prisma, debido al cambio de medio, lo que se conoce como refracción. Así, la luz se descompone a la salida del prisma en un característico haz de rayos de colores, donde el grado de separación varía en función de la longitud de onda de cada color, dando lugar a la dispersión de la luz en sus colores primarios, con características físicas diferentes. Se puede decir entonces que un prisma actúa como una especie de Sherlock Holmes, siendo capaz de destapar la verdadera naturaleza de la luz, escondida a la vista.

Newton no se quedó solamente ahí, sino que, una vez separados los colores, utilizó un segundo prisma para volver a refractarlos y que formaran de nuevo luz blanca. De esta manera, desbancaba la idea de sus contemporáneos de que era el prisma el que añadía el color a la luz, pues entones era también capaz de quitarlo. Newton, un perfeccionista nato, hizo pasar de igual forma solo el color rojo obtenido con un prisma por un segundo prisma, descubriendo así que el color no se alteraba. Con esto refutó su hipótesis de que no es el prisma el que confiere el color a la luz, sino que solo dispersa los que están presentes en el haz de luz original. Así, Newton fue el primero en desvelar la verdadera identidad de la luz blanca, que  descompuso en sus colores básicos: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta.

De igual forma que hizo Newton, aunque por supuesto eludiendo toda comparación con este gran genio de la física, este libro de fotografía callejera descompone la fotografía de calle en sus siete colores fundamentales. Todos sabemos bien que la fotografía es luz. Sin la luz, la fotografía no podría existir. Sin embargo, me gusta pensar que al igual que aquel prisma de Newton, la cámara fotográfica es capaz de revelar la verdadera identidad de la luz en las fotografías que componen este libro, y regalarnos sus verdaderos colores, su verdadera esencia. En un mundo en el que las ciudades son cada vez más grises, prefabricadas y monótonas, descubrir los colores que aún quedan escondidos por los rincones de sus calles puede ser todo un regalo.

VOLVER A CASA

“Volver a casa. Sin miedo. Sin problemas. Sin mirar atrás cada diez metros. Sin compartir la ubicación del móvil con una amiga o con mi hermano, sólo disfrutando de los colores que ofrece la noche. Eso es lo que quiero. Volver a casa, sin temores, hoy mañana y siempre, así de sencillo”, me decía una amiga hace apenas una semana tras haber sufrido otro episodio desagradable más al volver a casa.

 

Testimonios directos de 3.000 jóvenes participantes en el estudio de “Safer Cities”, proyecto que cuenta con el apoyo de la Comisión Europea y que tiene como objetivo construir ciudades seguras, responsables e inclusivas partiendo de las experiencias y propuestas de jóvenes mujeres, revelan que las miradas insistentes, los silbidos, los comentarios no solicitados e incluso persecuciones son la realidad diaria de las mujeres en las ciudades de Madrid, Sevilla y Barcelona. De estos testimonios se extraen las cifras alarmantes de que el 78% de las jóvenes ha sufrido acoso callejero y de que el 90% no reciben ayuda por parte de los testigos.

Bajemos los porcentajes, a cero. “Volver a casa” es un proyecto de fotografía callejera que pretende denunciar todas las situaciones de acoso callejero que, lamentablemente, las mujeres sufren diariamente en la vuelta de clases, del trabajo, de fiesta, y un largo etcétera, en grandes ciudades como Madrid. Todas las imágenes han sido tomadas, sin posados ni adición de luces, entre octubre y diciembre de 2022 en Madrid.

ROTO

Cada noche, el mismo sueño. De pie, descalzo y casi desnudo sobre un vidrio quebrado. Hacia arriba, un cielo infinito. Hacia abajo, un abismo sin fin. A los lados, una interminable nada. Parecía como si la arena de un eterno desierto se hubiese transformado en aquel fino y transparente vidrio, que separaba ambos mundos.

Cada pequeño movimiento comprometía la integridad del frágil vidrio, como si existiese una burlona relación entre el movimiento del cuerpo y la aparición de una nueva grieta en el suelo transparente. Como una danza maldita. Tras varias horas de eterna quietud en el desierto de cristal, la opción de una infinita caída al abismo se hacía cada vez más apetecible. Los músculos de las piernas se tensan, preparados para el salto, dando lugar a nuevas grietas en el vidrio. Mente y cuerpo se preparan. Las piernas se encogen, los brazos se abren para acompañar el impulso. Mientras, las grietas se reproducen como células. El vidrio que separaba cielo y abismo se quiebra en mil pedazos. Suspendido en el aire, justo antes de precipitarte finalmente al abismo, despiertas.