JULIO MARCHAMALO

The westernmost point of Otherworld, washed on its western shores by the unpredictable Sea of Storms and protected on its easternmost side by the depressions of the Grand Canyon, is known to its settler gods as Nylheim. Revealed to the wise Wotan, the All-Father, by the prophet Lah'ki as the promised land across the sea, Nylheim became a second chance for the æsir after the devastation of their homeland during Ragnarok.
The æsir family landed at Cape Discovery, the easternmost point of Nylheim, more than six centuries ago after a long journey across the Great Blue in their rugged longships. The natives of the promised land welcomed the colonist gods with open arms, treating them like royalty upon their arrival. For days the æsir and the inquisitive Lah'ki learned their ways and enjoyed their hospitality, but the peace and quiet were short-lived. The warrior spirit of the æsir did not support for long that life of comfort and communion with nature that the natives offered them, and hostilities soon began to break out. Donnar, known to his people as the Fighter, and firstborn of the All-Father, was the first to spark the conflict; After hunting a couple of bison, sacred animals for the natives, they wanted to arrest him, but they had to let him go after beating four of their strongest warriors to death. Lah'ki managed to mediate with the village chief, and convinced the æsir to settle a few miles from the village, near the Great Blue Lakes.

Thinking that distance would appease the æsir's thirst for conflict, Lah'ki gave himself up to the contemplative life. Applying the techniques he had learned from the natives in his days in the village, he practiced in the arts of clay modeling. The rivers that originated in the great rocky mountains of the north and that flowed through the imposing canyons to the great lakes loaded rich minerals, suitable for creating all kinds of pigments that gave color to the works that, with patience, he was finishing. While Lah'ki immortalized the æsir family in clay, they had other plans far from art and the quiet life in those green meadows.

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Wotan organized a dinner to celebrate the first summer solstice in the new lands and to honor his son Balder, who fell during Ragnarok. Around the fire all the æsir shared jars of mead, a recipe they had perfected since their arrival in the new world. After several hours of celebration, that drink took its toll on the always vivacious Lah'ki, who fell asleep while he listened, like bells growing farther away, to the laughter of the burly Donnar. He woke up late in the morning with a severe headache, and though he struggled to get to his feet, the silence in the camp made him wake up quickly. There was no one there, not a soul, which alerted him and he woke up completely. Searching the modest halls of the father of the æsir, and finding them empty, he hurried to the stables, only to discover a row of hoofprints leading north. He ran until he was out of breath, and discovered the extensive empty prairies, something totally unusual, since several herds of bison had populated them since the beginning of spring. The tracks of the beasts and the horses gave away his whereabouts, the Grand Canyon, a few miles away.
On the way he found his mare Mai, still scared, with her reins broken. They clearly didn't want me to follow them. When Lah'ki and his mount reached the top of the gorge carved out by the Red River, his eyes did not believe the sight they saw. Thousands of dead bison, thrown off the cliff, littered the lower tier of the Grand Canyon. In the distance, the æsir rode on their mounts, leaving behind several corpses of natives and their horses. Lah'ki urged his beloved mare along the paths that led to the Grand Canyon plains. The vision of the plain with the dead bison, beginning to be devoured by vultures and flies, was overshadowed by that of a man he knew very well, ripped open through the spine with one hand tied to some kind of makeshift and crude wooden cross, and a severed arm hanging from his neck. He was Tyr, one of the sons of Wotan, Donnar's younger brother, and the most reasonable of the æsir. His ribs were open, so that they looked like blood-stained wings, and his lungs rested grimly on his shoulder. His last words marked Lah'ki forever: "Stay away, they have no salvation." At that moment, after several months of doubts, Lah'ki realized that those people, whom he had so naively saved from their end in his homelandduring Ragnarok, carried war in their veins. He remounted his mare Mai and headed east, following in the footsteps of the æsir, with his ideas much clearer now.

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Not much is known about Lah'ki today. The National Museum of the Island of Niwa (NMIN) houses the busts that Lah'ki is said to have sculpted centuries ago on the great plains beyond the Sea of Storms. Many scholars visit it annually to venerate them, and only a few whisper that Lah'ki's children still live among us. But that's another story, for another time.

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Text reconstructed, adapted and translated from the original manuscript by Z'in Toraisei

Niwa Island, National Museum of the Island of Niwa (NMIN), Archive NY. 213-7

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La punta más al oeste de Otromundo, bañada en sus costas occidentales por el impredecible Mar de Tormentas y protegida en su lado más oriental por las depresiones del Gran Cañón, es conocida por sus dioses colonos como Nylheim. Revelada al sabio Wotan, el Padre de Todos, por el profeta Lah'ki como la tierra prometida al otro lado del mar, Nylheim se convirtió en una segunda oportunidad para los æsir tras la devastación de su tierra natal durante el Ragnarok.
La familia de los æsir desembarcó en el Cabo de los Descubrimientos, punto más oriental de Nylheim, hace más de seis siglos tras un largo y agitado viaje por el Gran Azul en sus resistentes drakkars. Los nativos de la tierra prometida recibieron a los dioses colonos con los brazos abiertos, y los trataron como reyes desde su llegada. Durante días los æsir y el curioso Lah'ki aprendieron de sus costumbres y gozaron de su hospitalidad, pero la tranquilidad y el sosiego duraron poco tiempo. El espíritu guerrero de los æsir no soportó por mucho tiempo aquella vida de comodidades y comunión con la naturaleza que los nativos les ofrecían, y pronto empezaron a surgir las hostilidades. Donnar, conocido entre su gente como el Luchador, y primogénito de el Padre de Todos, fue el primero en detonar el conflicto; tras dar caza a una pareja de bisontes, animales sagrados para los nativos, estos quisieron apresarle, pero tuvieron que dejarle ir después de golpear hasta la muerte a cuatro de sus guerreros más fuertes. Lah'ki consiguió mediar con el jefe de la aldea, y convenció a los æsir de asentarse a unas millas de la aldea, cerca de los Grandes Lagos Azules.
Pensando que la distancia aplacaría la sed de conflicto de los æsir, Lah'ki se entregó a la vida contemplativa. Aplicando las técnicas que había aprendido de los nativos en sus días en la aldea practicó en las artes del modelado del barro. Los ríos que nacían en las grandes montañas rocosas del norte y que discurrían por los imponentes cañones hasta los grandes lagos cargaban ricos minerales, idóneos para crear todo tipo de pigmentos que diesen color a las obras que, con paciencia, iba terminando. Mientras Lah'ki inmortalizaba en arcilla a la familia de los æsir, estos tenían otros planes muy lejos del arte y de la tranquila vida en aquellas verdes praderas.

Wotan organizó una cena para celebrar el primer solsticio de verano en las nuevas tierras y honrar a su hijo Balder, caído durante el Ragnarok. Alrededor de la hoguera todos los æsir compartieron jarras de hidromiel, receta que habían perfeccionado desde su llegada al nuevo mundo. Después de varias horas de celebración, aquella bebida hizo mella en el siempre vivaz Lah'ki, que se quedó dormido mientras escuchaba, como campanas cada vez más lejanas, las carcajadas del fornido Donnar. Despertó bien entrada la mañana con un dolor de cabeza considerable, y aunque le costó ponerse en pie, el silencio en el campamento le hizo desperezarse rápido. Allí no había nadie, ni un alma, lo que le alertó y desperezó por completo. Tras revisar los modestos salones del padre de los æsir, y descubrirlos vacíos, corrió a los establos, para descubrir una hilera de huellas de cascos que se dirigían hacia el norte. Corrió hasta que le faltó el aliento, y descubrió las extensas praderas vacías, algo totalmente inusual, pues desde el inicio de primavera las poblaban varias manadas de bisontes. Las huellas de las bestias y de los caballos delataban su paradero, el Gran Cañón, a unas cuantas millas.
En el camino encontró a su yegua Mai, aún asustada, con las riendas rotas. Claramente no querían que les siguiese. Cuando Lah'ki y su montura alcanzaron lo alto de la garganta excavada por el río Rojo, sus ojos no dieron crédito a la imagen que veían. Miles de bisontes muertos, despeñados, plagaban la hilera inferior del Gran Cañón. A lo lejos, los æsir cabalgaban en sus monturas, dejando atrás varios cadáveres de nativos y sus caballos. Lah’ki espoleó a su querida yegua por los caminos que conducían a las llanuras del Gran Cañón. La visión de la planicie con los bisontes muertos, comenzando a ser devorados por los buitres y las moscas, quedó opacada por la de un hombre que conocía muy bien, abierto en canal por la columna vertebral con una mano atada a una especie de improvisada y tosca cruz de madera, y un brazo cortado colgando de su cuello. Era Tyr, uno de los hijos de Wotan, hermano menor de Donnar, y el más razonable de los æsir. Sus costillas estaban abiertas, de forma que parecían alas manchadas de sangre, y los pulmones reposaban de forma macabra sobre sus hombros. Sus últimas palabras marcaron a Lah’ki para siempre: “Aléjate, no tienen salvación”. En ese momento, tras varios meses de dudas, Lah’ki se dio cuenta de que aquella gente, que tan ingenuamente había salvado de su final, el Ragnarok, en su tierra natal, llevaba la guerra en sus venas. Montó de nuevo en su yegua Mai y se dirigió hacia el este, siguiendo las huellas de los æsir, ahora con las ideas mucho más claras.

De Lah’ki poco más se conoce a día de hoy. En el museo de la isla de Niwa se conservan los bustos que, se cuenta, Lah’ki esculpió siglos atrás en las grandes llanuras al otro lado del Mar de Tormentas. Muchos eruditos lo visitan anualmente para venerarlo, y solo unos pocos susurran que los hijos de Lah’ki aún se encuentran viviendo entre nosotros. Pero esa es otra historia, para otro momento.

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Relato reconstruido, adaptado y traducido del manuscrito original por Z'in Toraisei

Isla de Niwa, Museo Nacional de la isla de Niwa (MNIN), Archivo NY. 213-7